jueves, 6 de septiembre de 2012

Don Jose J* Torres

                                                                        1940 - 1980


En un tiempo atrás, en la orilla de las cristalinas aguas del meridiano en un puerto lleno de cabras con mirada siniestra y perturbadora. Apareció una diminuta balsa portadora en su interior de un cuerpo medio moribundo cubierto de sabanas de clichés. Un pequeño retoño   aferrado en un último suspiro un extraño artilugio negro.  
Milagrosamente y ante todo pronóstico nuestro querido naufrago consiguió sobrevivir. Gracias, a los cuidados de las gentes del pueblo quienes lo salvaron a base de una misteriosa dieta oriental de queso, gofio, carne de cabra y a la calma del viento inhóspito del lugar.
Recuperado nuestro pequeño y afianzado siempre al extravagante artilugio, la única herencia de su verdadero origen, fue creciendo ante las miradas de todos. Cada año de su vida en el pueblo lo compartía en el seno de una familia distinta, pues los habitantes tenía unos humildes ingresos, y habían llegado al conceso de turnarse todos los años el cuidado del naufrago.
 Así  pasaron sus primeros años de vida, sin pertenecer a una familia pero sintiéndose rey de todo. Pasaba los días y las noches observando todo a su alrededor y captando de forma convulsiva  cada momento con su artilugio negro, explorando los más recónditos lugares, leyendo los grandes clásicos de la literatura y del arte.  Cuando terminaba su periodo de convivencia con la familia les regalaba como recuerdo, un libro donde se recogía todos los momentos vividos, en unas estampas en blanco y negro que capturaba a través de su artilugio negro.
Pero a medida que florecía, las gentes de lugar se preocupaban cada vez más por su estado mental, tenían la certeza que se estaba volviendo loco. Pues con los años sus incipientes actitudes artísticas e intelectuales, aumentaron, además le encantaba escribir obras de teatro, a las que el llamaba algo así, como happening o performance,  obligando al pueblo a actuar y disfrazarse con él.  Conjuntamente había desarrollado un trastorno compulsivo que le lleva a ingesta una gran cantidad de leche, y así como el síndrome de Diógenes donde acumulaba solo botes de tetrabrik. Llegado a este punto, donde se le suma su manía de ir  aras del cielo y el suelo.
El pueblo que antaño lo acogió en su seno no pudo más con sus extravagancias artísticas, así que decidieron reunir un poco de dinero entre todos, y pagarle uno de sus grandes sueños, ir a explorar el gran abismo del arte.
Contento de poder cumplir su sueño se embarco en el barco La Regenta, junto a su fiel perra Prada, rumbo a explorar el incierto y sublime mundo artístico. Pero el destino no quiso que llegara a buen puerto, pues en una noche de tormenta al igual que llegó aquel extraño pueblo de cabras con miradas apocalípticas, nuestra embarcación naufrago sin poderse salvar esta vez. Dejando solo tras de sí algunos pequeños fotogramas de recuerdos. Indignado de fallecer antes de cumplir su gran sueño, decidió volver en forma de espíritu para explorar por las tierras su anhelo artístico. Su primer destino sería aquella arquitectura nombrada igual que el ataúd de su final destino.  

Proyecto de Papel Engomado Nº 0.25

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